Exclusion y Educacion, un resumen...
Dávila Amílcar. Exclusión y Educación: Ensayo de interpretación desde una comprensión integral del racismo y la igualdad. En Gloria Lara Pinto, Coordinadora, Memoria de la II Conferencia Nacional en Derechos Humanos
Son tres los ejemplos planteados por Dávila, en torno no solo a la realidad vivida por la población indígena guatemalteca, sino también a esa penetración del racismo en cada una de ellas, al punto de compartir la estrechez de proyección y el poco sentido de valía con las esferas más privilegiadas y que acceden a las garantías de participación y “trato igualitario ante la ley”.
La exclusión como realidad severa, es asumida por el autor como un complejo escenario, donde no solo los más pobres, sino los más alejados geográficamente, son cada vez menos considerados en los planes de inversión y la líneas de desarrollo trazadas en espacios donde la multiculturalidad y la diferencia, en el sano sentido, son la norma común. El autor, plantea una educación pertinente, no como panacea, sino como elemento importante para abonar a la inclusión, la integración, la cohesión social y la liberación de los más postergados y postergadas, sometidas a los desdenes de una cultura donde el desprecio fundado en los prejuicios y estereotipos, son la semilla que engendra la marginación, la subordinación, el abuso y una exclusión económica que convierte la pobreza en una espiral que cada día cobra más grandes dimensiones, afectando, a los que aun sin nacer, ya son objeto seguro del clasismo, racismo y otros fenómenos que conceden verticalidad y privilegios a ciertos grupos, los mismos que determinan que es la norma y quien sale de ella, aunque quien deba salir sea, cuantitativamente, una mayoría.
Los dos más grandes ejemplos de la discriminación, acarrean causas de género y origen étnico, se erigen dentro de un régimen socioeconómico y político que alaba la individualidad, el grupocentrismo y la competencia, y deben obligatoriamente alterar el proceso de distribución de oportunidades y riquezas entre los miembros de una colectividad, bajo el principio sano de la igualdad, no entendida como similitud, sino como el derecho a ser diferente, sin que eso condicione el acceso igualitario y el trato justo y humano.
Ese es el origen de la discriminación, que no es otra cosa que la practica de comportamientos de orden interpersonal orientados a la no consideración de los otros, por causa de no ser “iguales”. Los países donde la pluralidad cultural, ideológica, social, educativa, etc, son una realidad, la discriminación, se vuelve un mal canceroso y solo mediante la educación, pueden prevenirse sus estragos. Y es que no importa la sociedad, el tiempo o la geografía, la complejidad de la discriminación, puede llevar a comportamientos gráficos y violentos de exclusión, así como a tendencias suavizadas que, aunque silentes, igual degradan, anulan e invisibilizan las realidades y oportunidades de quienes más necesitan, muchas veces a manos de los mas letrados, los más acomodados… paradójicamente, los que más tienen.
Son cuatro los tipos de exclusión mencionados por Dávila: la exclusión económica, que limita el acceso a capital, activos productivos y avances tecnológicos; la sigue muy de cerca, la exclusión política, o la imposición de barreras que garanticen el ejercicio de la participación en la toma de decisiones sobre asuntos de interés e impacto colectivo. Concatenada, surge la exclusión rural, en la cual los espacios locales y su gobernanza, se convierten en una isla, ajena completamente a los espacios centrales de poder, sonde emergen y consolidan las más trascendentales decisiones en torno a la vida del país. Finalmente y mas degradante, la exclusión por motivos culturales, aquella donde ser parte de una cultura es condenarse al desprestigio y a la no consideración en el planteamiento y proyecto de desarrollo de una nación.
Es la exclusión cultural una situación cuyo resultado no es otra cosa que la Transculturación de los pueblos, la unificación de costumbres, lenguas, etc, bajo el canon de la cultura dominante, pues es ésta la que guarda los secretos y maneras de entrar a las vías del desarrollo, siendo el sacrificio la acomodación étnica, la renuncia a nuestro potencial de transformación, la asfixia de la esencia, todo a cambio de una ciudadanía, que poco o nada garantiza… si de desarrollo y bienestar hablamos. De aquí, que la educación es más que una necesidad, es un canal de empoderamiento, de redescubrimiento del propio lugar en el engranaje social, el canal por excelencia para la construcción de una ciudadanía plena que cruce las fronteras de la etnicidad, sin dejar por eso que la etnicidad muera.
Una vez entendida la exclusión como un mal, no necesario, sabremos que la inclusión debe ser el ideal a alcanzar, por el que en conjunto debemos trabajar, desde una perspectiva democrática, abierta, tolerante, que legitime la esencia diversa de las sociedades.
Las políticas públicas, y sus intervenciones, son las llamadas a alcanzar ese estatus de igualdad e inclusión, mediante la promoción del pluralismo, orientando las acciones hacia la transformación del Estado en un ente plural y democrático, donde la plataforma, no es sino, el ordenamiento jurídico, la jurisprudencia, y los datos, para validar un discurso que sin tales argumentos se perdería entre las tantas iniciativas de desarrollo que fueron concebidas y condenadas a la orfandad.
El reto entonces, no es entender la igualdad en términos meramente formales, como hasta ahora lo han hecho las sociedades, con el resultado nefasto de ahondar más las ya abismales desigualdades. El reto es concebir la igualdad no como la semejanza fiel de los sujetos, sino la semejante condición de seres humanos que gozan prioritariamente del derecho a ser diferentes, sin que eso altere el goce de las libertades mínimas de que deben gozar para alcanzar un desarrollo máximo de sus capacidades y alcanzar el máximo bienestar posible, esos son sus derechos. Aquí la igualdad deja su concepción unitaria y revela cuatro aristas imposibles de obviar: la igualdad en dignidad, la igualdad ante la ley, la igualdad de trato y la de oportunidades, todas tan únicas como complementarias.
La reflexión final, ofrecida por Dávila, es que no es razonable, ni mucho menos plausible, una desigualdad fundada en la injusticia. Solo cuando la desigualdad es el resultado de diferencias no atribuibles a un sistema, entonces la desigualdad se vuelve el motor que impulse la reparación, la compensación de tal desigualdad, engendrando así el sentido de solidaridad, en la que los problemas aunque vividos solo por unos, son responsabilidad de todos y donde los más privilegiados, ofrecen su colaboración para elevar el estatus de los menos favorecidos.
Alcanzar el cierre de tales brechas, lograr la equidad, es ajeno a toda forma de gobierno por linaje o “selección”, es ajena a los privilegios de algunos sectores, a la distribución desigual de la riqueza. Solamente es compatible con la inclusión y desarrollo de los discriminados y el rechazo de la discriminación y racismo… en otras palabras, equidad es igual a igualdad de oportunidades e igualdad en el trato. Solo así, es posible construir una ciudadanía, donde nos veamos unos a los otros como iguales, donde la aceptación suplante al desprecio, donde la inclusión suplante a la inclusión y el desplazamiento a la coexistencia de las diversas culturas que hacen de una sociedad un caleidoscopio.
Son tres los ejemplos planteados por Dávila, en torno no solo a la realidad vivida por la población indígena guatemalteca, sino también a esa penetración del racismo en cada una de ellas, al punto de compartir la estrechez de proyección y el poco sentido de valía con las esferas más privilegiadas y que acceden a las garantías de participación y “trato igualitario ante la ley”.
La exclusión como realidad severa, es asumida por el autor como un complejo escenario, donde no solo los más pobres, sino los más alejados geográficamente, son cada vez menos considerados en los planes de inversión y la líneas de desarrollo trazadas en espacios donde la multiculturalidad y la diferencia, en el sano sentido, son la norma común. El autor, plantea una educación pertinente, no como panacea, sino como elemento importante para abonar a la inclusión, la integración, la cohesión social y la liberación de los más postergados y postergadas, sometidas a los desdenes de una cultura donde el desprecio fundado en los prejuicios y estereotipos, son la semilla que engendra la marginación, la subordinación, el abuso y una exclusión económica que convierte la pobreza en una espiral que cada día cobra más grandes dimensiones, afectando, a los que aun sin nacer, ya son objeto seguro del clasismo, racismo y otros fenómenos que conceden verticalidad y privilegios a ciertos grupos, los mismos que determinan que es la norma y quien sale de ella, aunque quien deba salir sea, cuantitativamente, una mayoría.
Los dos más grandes ejemplos de la discriminación, acarrean causas de género y origen étnico, se erigen dentro de un régimen socioeconómico y político que alaba la individualidad, el grupocentrismo y la competencia, y deben obligatoriamente alterar el proceso de distribución de oportunidades y riquezas entre los miembros de una colectividad, bajo el principio sano de la igualdad, no entendida como similitud, sino como el derecho a ser diferente, sin que eso condicione el acceso igualitario y el trato justo y humano.
Ese es el origen de la discriminación, que no es otra cosa que la practica de comportamientos de orden interpersonal orientados a la no consideración de los otros, por causa de no ser “iguales”. Los países donde la pluralidad cultural, ideológica, social, educativa, etc, son una realidad, la discriminación, se vuelve un mal canceroso y solo mediante la educación, pueden prevenirse sus estragos. Y es que no importa la sociedad, el tiempo o la geografía, la complejidad de la discriminación, puede llevar a comportamientos gráficos y violentos de exclusión, así como a tendencias suavizadas que, aunque silentes, igual degradan, anulan e invisibilizan las realidades y oportunidades de quienes más necesitan, muchas veces a manos de los mas letrados, los más acomodados… paradójicamente, los que más tienen.
Son cuatro los tipos de exclusión mencionados por Dávila: la exclusión económica, que limita el acceso a capital, activos productivos y avances tecnológicos; la sigue muy de cerca, la exclusión política, o la imposición de barreras que garanticen el ejercicio de la participación en la toma de decisiones sobre asuntos de interés e impacto colectivo. Concatenada, surge la exclusión rural, en la cual los espacios locales y su gobernanza, se convierten en una isla, ajena completamente a los espacios centrales de poder, sonde emergen y consolidan las más trascendentales decisiones en torno a la vida del país. Finalmente y mas degradante, la exclusión por motivos culturales, aquella donde ser parte de una cultura es condenarse al desprestigio y a la no consideración en el planteamiento y proyecto de desarrollo de una nación.
Es la exclusión cultural una situación cuyo resultado no es otra cosa que la Transculturación de los pueblos, la unificación de costumbres, lenguas, etc, bajo el canon de la cultura dominante, pues es ésta la que guarda los secretos y maneras de entrar a las vías del desarrollo, siendo el sacrificio la acomodación étnica, la renuncia a nuestro potencial de transformación, la asfixia de la esencia, todo a cambio de una ciudadanía, que poco o nada garantiza… si de desarrollo y bienestar hablamos. De aquí, que la educación es más que una necesidad, es un canal de empoderamiento, de redescubrimiento del propio lugar en el engranaje social, el canal por excelencia para la construcción de una ciudadanía plena que cruce las fronteras de la etnicidad, sin dejar por eso que la etnicidad muera.
Una vez entendida la exclusión como un mal, no necesario, sabremos que la inclusión debe ser el ideal a alcanzar, por el que en conjunto debemos trabajar, desde una perspectiva democrática, abierta, tolerante, que legitime la esencia diversa de las sociedades.
Las políticas públicas, y sus intervenciones, son las llamadas a alcanzar ese estatus de igualdad e inclusión, mediante la promoción del pluralismo, orientando las acciones hacia la transformación del Estado en un ente plural y democrático, donde la plataforma, no es sino, el ordenamiento jurídico, la jurisprudencia, y los datos, para validar un discurso que sin tales argumentos se perdería entre las tantas iniciativas de desarrollo que fueron concebidas y condenadas a la orfandad.
El reto entonces, no es entender la igualdad en términos meramente formales, como hasta ahora lo han hecho las sociedades, con el resultado nefasto de ahondar más las ya abismales desigualdades. El reto es concebir la igualdad no como la semejanza fiel de los sujetos, sino la semejante condición de seres humanos que gozan prioritariamente del derecho a ser diferentes, sin que eso altere el goce de las libertades mínimas de que deben gozar para alcanzar un desarrollo máximo de sus capacidades y alcanzar el máximo bienestar posible, esos son sus derechos. Aquí la igualdad deja su concepción unitaria y revela cuatro aristas imposibles de obviar: la igualdad en dignidad, la igualdad ante la ley, la igualdad de trato y la de oportunidades, todas tan únicas como complementarias.
La reflexión final, ofrecida por Dávila, es que no es razonable, ni mucho menos plausible, una desigualdad fundada en la injusticia. Solo cuando la desigualdad es el resultado de diferencias no atribuibles a un sistema, entonces la desigualdad se vuelve el motor que impulse la reparación, la compensación de tal desigualdad, engendrando así el sentido de solidaridad, en la que los problemas aunque vividos solo por unos, son responsabilidad de todos y donde los más privilegiados, ofrecen su colaboración para elevar el estatus de los menos favorecidos.
Alcanzar el cierre de tales brechas, lograr la equidad, es ajeno a toda forma de gobierno por linaje o “selección”, es ajena a los privilegios de algunos sectores, a la distribución desigual de la riqueza. Solamente es compatible con la inclusión y desarrollo de los discriminados y el rechazo de la discriminación y racismo… en otras palabras, equidad es igual a igualdad de oportunidades e igualdad en el trato. Solo así, es posible construir una ciudadanía, donde nos veamos unos a los otros como iguales, donde la aceptación suplante al desprecio, donde la inclusión suplante a la inclusión y el desplazamiento a la coexistencia de las diversas culturas que hacen de una sociedad un caleidoscopio.
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